Seamos honestas: cuando tienes antojo de chocolate, no es de cacao puro al 99% con propiedades antioxidantes, sino de ese brownie con extra de caramelo y un ligero toque de culpa.
Pero, ¿y si te dijera que tus antojos no tienen tanto que ver con el hambre… sino con lo que está pasando en tu cabeza (y en tu intestino)?
Si cada tarde sientes una llamada divina hacia la despensa y tienes una relación tóxica con el paquete de galletas, puede que no sea solo una cuestión de fuerza de voluntad, sino un intento desesperado de tu cerebro por levantarte el ánimo.
¿Por qué los antojos y la tristeza van de la mano?
Resulta que tu cerebro es un poco tramposo. Cuando te sientes bajoneada, recurre a sus mejores aliados: los azúcares y carbohidratos refinados.
¿Por qué?
Déficit de serotonina: El 90% de la serotonina (la hormona de la felicidad) se produce en el intestino. Así que si tu microbiota está desajustada, tu cerebro entra en “modo drama” y te hace buscar un chute de placer inmediato (spoiler: suele estar en forma de croissant o chocolate).
Dopamina y recompensa rápida: El azúcar y los ultraprocesados activan el centro de recompensa del cerebro, igual que las redes sociales o comprar cosas que no necesitas en Amazon.
Fatiga crónica y cortisol: Cuando tu cuerpo está agotado, quiere energía rápida. Y adivina qué: una ensalada no da el subidón de un donut.
¿Cómo saber si tus antojos esconden una depresión encubierta?
Si te identificas con más de tres de estos puntos, Houston, tenemos un problema (y no se soluciona con más galletas):
✔️ Tienes antojos diarios y urgentes, como si tu vida dependiera de ese bocado de chocolate.
✔️ Sientes que necesitas “algo rico” para animarte o tener energía.
✔️ A pesar de darte el capricho, sigues sintiéndote como una batería al 1%.
✔️ Tu estado de ánimo va en montaña rusa, pero sin la parte divertida.
✔️ Has perdido interés en cosas que antes disfrutabas, excepto en la repostería industrial.
Y no, no es que tengas un problema con la comida.
Es que la comida se ha convertido en tu terapeuta, y encima te cobra en forma de antojos constantes.
¿Cómo romper este ciclo sin terminar en un monasterio budista?
Regula tu microbiota: Dale amor a tu intestino con alimentos fermentados, fibra y prebióticos. Porque si tu microbiota está en crisis, tu estado de ánimo también.
Activa tu nervio vago: No, no es un músculo abdominal, sino el sistema que regula la calma en tu cuerpo. Respiración diafragmática, baños de naturaleza y reírte más (sí, incluso de tus antojos).
Trampas inteligentes: Si necesitas dulce, opta por cacao puro, frutos secos o canela en vez de azúcar refinado. Es como cambiar un ex tóxico por alguien que realmente te quiere bien.
Busca apoyo: Si esto te resuena, puede que sea momento de mirar más allá de la comida y entender qué necesita tu cuerpo de verdad.
No, no eres débil ni te falta disciplina.
Si tus antojos no desaparecen, tal vez sea porque lo que realmente necesitas no está en la comida, sino en un cambio profundo en tu bienestar emocional y metabólico.
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Y no, el chocolate no está prohibido, pero sí hay formas más inteligentes de disfrutarlo.